Si vivimos avergonzados de nosotros mismos y nos lamentamos por el
pasado, entonces estamos negando el proceso de crecimiento que
necesariamente tenemos que vivir —a veces con dolor—, para aprender.
Pero la vida sigue y los errores no son para sufrir quedándonos pegados
en culpas y arrepentimientos sin sentido, porque sabemos que nadie puede
anular el tiempo, regresar al pasado y cambiar esa acción que ahora nos
avergüenza y nos provoca pesar.
Son muchas las personas que pasan años de su vida mortificándose,
sufriendo y lamentándose por lo experimentado, sin sacar cuentas que en
ese momento no tenían toda la información, conocimiento y sabiduría que
ahora tienen. La historia personal y social no puede ser analizada con
elementos de juicio actuales, sin considerar las herramientas de que se
disponía cuando los hechos ocurrieron; por lo que las conclusiones de
hoy respecto a lo vivido no deberían ser ni tan duras ni tan severas.
Si además esas culpas, penas y dolores las asociamos a parejas rotas,
familias deshechas y amistades quebradas, la cosa se pone aún peor.
¿Cuántas personas hay en el mundo por no haber hecho o dicho algo en el
momento oportuno; por callar, mentir, ofender o herir a un ser querido?
Si miramos la escena con distancia y un poco de objetividad, nos
daremos cuenta que en esa actitud también hay algo de soberbia y
egoísmo, porque en el fondo estamos culpándonos porque no controlamos
todas las variables, negándole a los demás la posibilidad de elegir y
decidir por sí mismo su vida y tal vez pensando que nosotros somos seres
distintos y especiales.
Lo que debe consolarnos ante estas situaciones, que consideramos
adversas con resultados no previstos, es saber que hicimos nuestro mayor
esfuerzo en el camino. Porque sin duda hay fuerzas, que desconocemos,
que intervienen en la vida de todos y lo que ahora nos parece malo,
puede que haya sido lo mejor que nos pudo haber pasado si lo analizamos
en un futuro próximo.
Los invito a vivir sin aflicción por el pasado y comprender que todos
estamos en un constante proceso de aprendizaje, porque las heridas se
curan cuando se limpian desde lo interior hacia lo exterior. Y si somos
conscientes de nuestros errores, lo mejor es disculparnos y perdonarnos a
nosotros mismos y a los demás.
Luego, tenemos que dejar espacio para que los milagros sucedan y
entregar ese pesar al olvido, procurando que la enseñanza recibida nos
sirva en nuestro desarrollo social y espiritual. Sin duda, todo lo que
hemos vivido ha sido necesario y todos estamos en caminos diferentes,
pero con una meta común, construirnos todos desde el perdón hacia el
amor.
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